La Real Academia Española, que
limpia, fija y da esplendor, acoge en su diccionario muy variadas maneras de
referirse a los distintos tipos de núcleos de población que encontramos en nuestro
país. En función de la cantidad de habitantes que disponga una localidad, y clasificándola
de mayor a menor, podremos referiremos a ella como una ciudad, un pueblo o una aldea.
Cabe la posibilidad pensar que una aldea es el asentamiento más pequeño que existe.
Y así es, al menos en lo que se refiere al vocabulario que todos compartimos.
Sin embargo, si reducimos aún más el número de posibles habitantes, y
exploramos el rico léxico español y sus múltiples variaciones regionales,
encontraremos definiciones totalmente asociadas a áreas geográficas muy
específicas, como son caserío (País Vasco), cortijo (Andalucía), masía (Cataluña)
y mas (Aragón).
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Torremocha
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MENOS ES MÁS
Un mas es un conjunto de viviendas
y edificios de labor en torno a los cuales se constituye una sociedad agrícola,
tanto de regadío como de secano. En algunas zonas se denominan masadas, y a sus
habitantes se les conoce como masogueros o masoveros. Los mases viven bajo su
propia economía, de forma totalmente autárquica, y los hay de diferentes
tamaños: Los más pequeños son conocidos como masicos, y en ocasiones apenas
están compuestos por una o dos viviendas. Por el contrario, otros mases han
alcanzado dimensiones más propias de un pueblo, llegando incluso a disponer de
iglesia parroquial.
La cadena siempre se rompe por el
eslabón más débil, y en la migración masiva que supuso el éxodo rural, los primeros
núcleos afectados y sobre los que más se cebó la despoblación fueron los mases
y las masadas. Habitualmente carecían de servicios básicos como electricidad y
agua corriente, y además suelen estar ubicados en lugares de complicada
orografía y difícil acceso, quedando muy alejados de la carretera más cercana. Triste
paradoja la del vocablo "más" y sus contradictorias acepciones: Por un lado,
adverbio que denota superioridad en comparación. Por otro, denominación de uno
de los núcleos de población más pequeños y desfavorecidos que existen.
JULIO DE 2016
Habrá quien no se lo crea, pero
garantizo que es real: Aún hay pueblos en España en los que vive gente habitualmente
y que no tienen acceso asfaltado, disponiendo únicamente de un camino de
tierra. Resulta curioso que, en pleno s. XXI, en la era de las autopistas y los
trenes de alta velocidad, aún haya núcleos que ni siquiera dispongan de un simple
camino cementado.
El de Torremocha sería, si continuara
habitada a día de hoy, uno de esos casos. He recorrido un largo viaje para
llegar hasta aquí, y la categoría de la carretera por la que circulaba se ha
ido reduciendo paulatinamente conforme me aproximaba a mi objetivo. Para llegar
al último pueblo habitado previo a Torremocha he tenido que circular por un
camino asfaltado (algo es algo), pero los últimos cinco kilómetros que faltaban
para llegar a mi meta se han convertido en media hora de auténtica tortura. A
pesar de lo que su anchura pudiera hacer creer, la enorme cantidad de piedras
que lo componen dificultaban hasta límites inimaginables el avance de mi
turismo, que si por algo se caracteriza es por tener altura suficiente como
para circular con cierta soltura por este tipo de vías.
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Comparativa aérea de Torremocha
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Torremocha no es una, que son
tres. El asentamiento principal es Torremocha, pero tiene a su cuidado dos
núcleos más pequeños: Las Masías de la Huerta y Mas de Torremocha. Aunque este
último debería llamarse Masico de Torremocha, habida cuenta de sus exiguas dimensiones.
Los tres se perciben con nitidez desde la lejanía, lo que supone un alivio mental
y un aliciente para terminar cuanto antes la lenta marcha que me permite la
dificultad del camino.
Los tres están situados en la
cara norte del Barranco de Torremocha, mirando hacia el arroyo que discurre en
la parte baja del mismo. Hacia él miran también todos los bancales de cultivo,
cuyos muros de contención van perdiendo estabilidad de forma paulatina, en
tanto en cuanto ya apenas viene nadie a cultivar las tierras. Torremocha está
situada a algo más de altitud que sus mases vecinos, lo que le permite conservar
algo más de dignidad, al menos en cuanto a estética se refiere.
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Torremocha vista desde el camino de acceso. En primer plano, los bancales de cultivo |
Viéndola desde la lejanía, una de
las cosas que más llaman la atención de Torremocha es la ausencia de una
iglesia y su correspondiente campanario, a pesar de que por sus dimensiones
bien podría tenerla. Y en verdad la tiene, pero poco queda de ella. Apenas
permanecen en pie dos paredes y media, y no queda rastro alguno de torre o espadaña.
La cubierta está completamente desplomada, y la “media pared” pronto dejará de
serlo, habida cuenta de lo inclinados que están sus escasos restos.
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La iglesia de Torremocha |
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Detalle de las cornisas y del lucido de las paredes |
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Una pared que en breve dejará de serlo
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Da auténtico miedo meterse en
alguna de sus casas, y yo opto por ser prudente y admirarlas desde fuera. Si
alguna ventaja tiene el desplome parcial de las fachadas es que nos permite ver
el interior de una casa sin necesidad de arriesgarnos a entrar en ella. Me gustan
mucho este tipo de chimeneas, con hueco para sentarse a ambos lados del hogar, y
encontraremos más ejemplos en otras viviendas del pueblo.
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Restos de una estantería de material |
Resulta prácticamente imposible
adentrarse por alguna de sus calles, ya que la maleza se está adueñando de todo
el espacio. Si tenemos en cuenta que apenas tiene cuatro calles, nos
encontramos con que prácticamente la mitad del pueblo está intransitable.
Analizar este tipo de viviendas significa
percibir de un vistazo muchas de las técnicas constructivas empleadas a lo largo
de los siglos XIX y XX. Paredes de piedra en las plantas más bajas, y columnas
del mismo material para reforzar la estructura interior. Paredes superiores e
interiores de adobe para ahorrar en costes de fabricación, encastrando alacenas
para un mayor aprovechamiento del espacio disponible. Entramado de vigas de
madera para crear las diferentes alturas y tablones para separar unas plantas
de otras, luciendo los techos de las zonas habitables con yeso, que se adhiere
a las cuerdas y al cañizo que se clava en los
tablones.
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Alacenas empotradas, paredes de adobe y de piedra |
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Una vieja caja de cartuchos de escopeta |
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Rejas de madera |
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Un cuarto de estar con su correspondiente alcoba |
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Con balcón y terraza, esta casa es de las más grandes del pueblo |
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En este caso el balcón es de ladrillo
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Alacena de material, con algunos enseres |
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Posible ampliación posterior de la casa, realizada en adobe |
Las viviendas responden a la
misma tipología, y se encuentran en idéntico lamentable estado. En la planta baja
de alguna casa encontramos la cuadra, con su característica puerta de doble
hoja, con abrevadero y suelo empedrado.
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Las Masías de la Huerta |
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Acceso a una de las cuadras |
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Al fondo, un somier con mucha historia a sus espaldas |
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Suelo empedrado de una cuadra, con abrevadero |
Este es el “barrio” más pequeño
de Torremocha, apenas compuesto por tres casas. Una de ellas está cerrada y presenta
buen estado de conservación, lo que hace suponer que aún es utilizada por algún
agricultor local para almacenar enseres. En los alrededores encontramos restos
de aperos viejos reparados, y es que en este tipo de economías de subsistencia
era fundamental el máximo aprovechamiento de cualquier elemento que sirviera
para alguna labor cotidiana.
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Mas de Torremocha |
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Lubricante de REPESA, Refinería de Petróleos de Escombreras, posteriormente REPSOL |
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Una pala muy aprovechada
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Maravillosa estética la de los muros de piedra seca |
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A lo lejos, Las Masías de la Huerta |
EPÍLOGO
A pesar de tener el río cerca, no
quiero ni imaginar el esfuerzo que debía suponer bajar a diario para coger el
agua necesaria. La pendiente es bastante pronunciada, y si se quiere descender
con comodidad es necesario dar un buen rodeo. Nunca llegó la corriente
eléctrica. El pueblo más cercano está a algo más de una hora de dura caminata
cuesta arriba, y eso en un día de buena climatología. Es perfectamente
comprensible que las gentes de este tipo de enclaves decidieran marchar a otras
poblaciones más prósperas, en las que la vida diaria no fuera tan sacrificada.
Para muestra, un botón, y en este
caso serán dos. En primer lugar, y aunque en la foto no se aprecie, las piedras
son lo suficientemente grandes como para entorpecer (y de qué manera) el avance
de un turismo con llantas de 13”. Y por si no fuera poco, y a pesar de haber
realizado el trayecto con el mayor de los cuidados, también son lo
suficientemente duras como para provocar la rotura de una rótula de suspensión,
que me obligó a pasar por el taller antes de lo previsto. Para ser sincero, poco
se quejó el viejo Renault. Pero mereció la pena: Los mejores objetivos solo se alcanzan atravesando caminos difíciles.
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Los mejores objetivos solo se alcanzan atravesando caminos difíciles |
REFERENCIAS
DESPOBLADOS y ABANDONADOS
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