Turruncún
Turruncún tiene un nombre interesante, un nombre de los que
difícilmente se olvidan. Cuenta la leyenda que “a Turruncún el nombre le
viene de hace muchísimos años, de cuando los viejos del lugar se juntaron en la
punta del pico Isasa y se pusieron a pensar en qué nombre ponerle al pueblo. Y
entonces una vieja dijo: “pues a lo que diga la piedra”. Arrojaron un canto por
el Isasa y, mientras iba rodando, la piedra decía: “turrún-turrún” y cuando
pegaba en los entrantes decía: “cún-cún”. Y por eso le pusieron Turruncún
[sic]”. No es la única teoría: otra corriente sugiere que es una
derivación del vocablo vasco iturri, que significa fuente. También hay quien
indica que podría provenir de torronco, que es la denominación que da la fabla
aragonesa al tronco de madera cortado para alimentar el hogar o la estufa.
"Y por eso le pusieron Turruncún"
La Piel - Marta Santos
Turruncún tiene un nombre rotundo e imponente. Tan imponente
como resulta su estampa: erguido sobre una loma junto a la carretera, en plena
curva, como indicando al viajero que, si pretende pasar, tendrá que rodearlo.
Tal es su ubicación que cualquiera diría que no tiene acceso, que se trata de
una fortaleza, y que quien pretenda acceder a él deberá escalar el talud que
forma con la carretera, casi vertical. Acercándose a él desde el sur, y debido
a su estructura y situación, la perspectiva nos hace creer que las casas se
apelotonan unas junto a otras en un intento desesperado por aproximarse a la
iglesia, que se alza en la parte más alta del conjunto, orgullosa y
desafiante.
Turruncún tiene un nombre ruidoso y sonoro. Tanto como el
estruendo que salió de sus entrañas a las 18:59 horas del 18 de febrero de
1929, cuando fue epicentro de un terremoto de 5,1 en la escala de Richter. Se
sintió en localidades como Azagra, Los Arcos, Corella y Marcilla, y sus vecinos
confesaron que jamás habían sufrido un temblor semejante. La fuerza de la
tierra provocó la rotura de tuberías, el agrietamiento de calles, el colapso de
pajares y chimeneas y la fractura y derrumbamiento parcial de edificios de toda
clase, aunque afortunadamente apenas hubo que lamentar daños personales. Su
intensidad y consecuencias son perfectamente comparables a las del terremoto de
Lorca, ocurrido en 2011 y que todos recordamos. Y al igual que sucedió con la
localidad murciana, Turruncún quedó gravemente herido.
Mapa de isosistas del terremoto de Turruncún.
El sismo de La Rioja baja del 18 de febrero de 1929 - Alfonso Rey Pastor
Turruncún tiene un nombre duro. Dura es su estampa, marcada por
las cicatrices sufridas por el terremoto de 1929. Duras eran sus gentes, que
como tantas otras aguantaron las terribles condiciones de vida que por aquel
entonces tenía el campo, tan diferentes a las de ahora. Dura era la agricultura,
absorbente de sol a sol. Dura era la labor del ama de casa, que se destrozaba
las manos lavando la ropa a diario en el lavadero, administrando y dirigiendo
la casa en condiciones. Y extremadamente dura ha sido y es la minería, uno de
los principales sustentos de los turruncuneses. La peña Isasa supuso una
notable fuente de riqueza, y durante décadas fueron explotadas al menos dos
minas de carbón en sus tierras: Santa Nunilo y Alodia, de la Sociedad Hullera de
Castilla y Navarra, y Nuestra Señora del Pilar, perteneciente a la sociedad
Vasco-Riojana. Ambas se explotaban por el sistema de macizos aislados y pozos abiertos,
en función del desnivel que presentara el terreno, y alcanzando una profundidad
máxima de 56 metros.
- Ultimamente, debemos hacer mencion del siniestro ocurrido en la mina Santa Nunilo y Alodía por el incendio de la capa en explotacion, producido, segun sospechas, intencionalmente. Por fortuna, el capataz D. Francisco Ruiz y los operarios á sus órdenes lograron aislar convenientemente el fuego sin haber tenido que lamentar desgracia alguna personal. El incendio tuvo lugar el 1º de diciembre de 1867 sin que hasta ahora se hayan podido descubrir, mas que por sospechas, los causantes á pesar de las diligencias practicadas por el tribunal ordinario [sic]
Estadística minera correspondiente al año 1867 – Dirección General de Obras
Públicas, Agricultura, Industria y Comercio
La llegada del ferrocarril a la ribera del río Cidacos
benefició a las localidades situadas en su entorno y sus correspondientes
explotaciones, pero a su vez perjudicó a las minas de Turruncún que, por
encontrarse a notable distancia del tren, acusaron una gran pérdida de
rentabilidad que desembocó en el cese de sus actividades. Huelga decir que
Turruncún sufrió económica y socialmente la pérdida de su actividad industrial,
ya que trajo consigo no solo la pérdida de ingresos sino la emigración de sus
habitantes hacia localidades con mayor porvenir económico, quedando
completamente despoblado en 1975.
Turruncún tiene un nombre misterioso. Desde apariciones
hasta psicofonías, son numerosos los amantes de lo paranormal que se acercan a
este despoblado para investigar. Si las leyendas son algo habitual en los
pueblos, en este caso abundan de manera especial. No cabe duda de que a
Turruncún no le faltan acontecimientos históricos trágicos para dar pábulo a
leyendas de lo más variopinto.
Turruncún impacta al ser visto por primera vez desde la
carretera. La mañana había amanecido brumosa, y la niebla envolvía al pueblo dándole
una apariencia misteriosa. El acceso no se puede realizar desde la propia carretera,
es necesario rodear el pueblo por una pista forestal situada al oeste, que
transcurre por detrás del cementerio y de las bodegas excavadas en el terreno. En
los años setenta pasó a ser propiedad del ICONA, que repobló con coníferas todo
su término municipal, convirtiéndolo en un denso bosque en el que los animales
viven con paz y tranquilidad. Desde el camino se puede ver en todo momento lo
que queda del pueblo, en buena parte absorbido por una naturaleza que luce sus
mejores galas. La iglesia destaca desde cualquier ángulo. El camino pasa junto
a la ermita de Las Vírgenes, y desemboca en una zona de recreo con merendero y
refugio, amén de un pequeño estanque, todo ello ubicado junto al lavadero del
pueblo.
Propuesta de venta de las viviendas de Turruncún al ICONA
Cuesta distinguir por dónde adentrarse, aunque
afortunadamente la iglesia sirve como referencia. El camino de acceso es
estrecho y discurre entre escombros y pequeños precipicios artificiales
provocados por las ruinas de las propias casas. Dado que el pueblo está ubicado
en un cerro con notable desnivel, muchas viviendas se edificaron aprovechando la
pendiente y excavando en el terreno. En algunos casos sucede que, mientras la
fachada principal de la casa está orientada hacia una calle de cota baja, la
fuerte pendiente provoca que la fachada posterior se encuentre prácticamente
enterrada en la montaña hasta las ventanas de último piso. De manera que,
cuando te asomas a una de estas ventanas creyendo que estás observando la
planta baja, sorprende descubrir que la verdadera planta baja está a varios
metros bajo tus pies.
Buena parte de la belleza de Turruncún radica en su iglesia,
que es uno de los tres edificios que aún permanecen en pie. Está situada en la
parte más alta del pueblo, presidiendo una pequeña plaza de varios niveles.
Para acceder a ella es necesario atravesar un portalón situado entre el templo
y la torre, que están separados por un patio. La torre se divide en tres
cuerpos: los dos primeros están construidos en piedra y el último es de ladrillo,
lo que podría hacer suponer que se trate de una ampliación posterior a la
construcción original. La cubierta tiene forma de cúpula y está realizado en
mampostería, y en la parte frontal, por debajo de la misma y entre las dovelas
que alojaban las campanas, se ubicaba el reloj. A su interior se accede desde
el patio, y en él podemos ver la escalera de madera para acceder al campanario
y al sistema de relojería, aunque su estado de conservación desaconseja
categóricamente intentar subir por ella.
Desde el patio podemos ver la galería porticada, que tiene
dos plantas y da acceso a la iglesia. Esta es de una nave con un cuerpo
lateral, y la techumbre está sostenida por bóvedas de crucería, reforzadas a su
vez por arcos de medio punto. Orientado al sur está el altar mayor, y en
dirección norte se halla el coro. Las paredes lucían pinturas y cenefas decorativas.
Buena parte de las losas y baldosas que cubrían el suelo han desaparecido, y
entre la tierra y los escombros se aprecian restos óseos. La leyenda sugiere
que son huesos humanos, y con el fin de no restar ni un ápice del aura de
misterio que rodea al pueblo, no seré yo el que lo desmienta.
Galería porticada
Vistas desde el coro
Detalles de la decoración
La sonoridad que destila el nombre de Turruncún podría ir
perfectamente ligada al ruido de los truenos de aquella mañana. El día amaneció
brumoso, y con el paso de las horas la niebla dio paso a una tormenta incesante
cargada de truenos. Fue entrar en la iglesia y arreciar la lluvia, dando inicio
a una desapacible tormenta que duró casi una hora. El paraguas no servía de
mucho, y el chubasquero tampoco cubría lo que era deseable, de modo que opté
por esperar pacientemente dentro de la iglesia. Era el único lugar que disponía
de tejado. Eso me permitió analizarla con detalle, percatándome de su sólida
estructura y del buen estado de conservación que presenta a pesar del abandono.
Lamentablemente apenas pude tomar fotografías: la cámara se negó en rotundo a
enfocar adecuadamente en la mayor parte de las tomas.
La lluvia arrecia...
Al salir de la iglesia se me planteaban dos posibles
caminos: continuar a la izquierda o descender hacia la parte baja del pueblo.
En este caso decidí continuar hacia la izquierda, sorteando la maleza y
trepando por los pequeños montículos que otrora fueron las casas de los
turruncuneses. Poco pude avanzar: era tal el volumen alcanzado por la
vegetación que se me antojaba muy difícil (si no imposible) averiguar el
trazado de las calles, cuanto menos transitarlo.
Entre malezas y arbustos, alguna que otra casa
Decidí volver sobre mis pasos
hasta la puerta de la iglesia, para después descender en dirección a la parte
baja del pueblo. La dificultad permaneció en el mismo nivel: la acumulación de
escombros y el avance de la vegetación eran tales que costaba averiguar donde
se podía pisar con seguridad. Tardé en poder llegar a una pequeña explanada que
suponía era el final de la calle, y finalmente descubrí que poco se podía
avanzar desde ese lado. Todo lo que podía ver a mi alrededor eran restos de
paredes cubiertos en su parte inferior por zarzas y maleza diversa que imposibilitaban
el acceso.
Cocina sin lumbre y sin calor de hogar
Técnicas y estilos de antaño
Resistentes baldosas hidráulicas
Escalé la calle hasta la iglesia, y regresé sobre mis pasos
hacia el coche. Estaba claro que no se podía avanzar por esta parte del pueblo,
de modo que opté por intentarlo desde la carretera. Volví por la pista forestal
y me detuve a admirar la pequeña ermita de las vírgenes, situada en una curva a
cierta distancia del pueblo. Ya aparece sin tejado en las fotos aéreas realizadas
por el vuelo americano de los años 1956-57: ¿quizá se desplomara a consecuencia
del terremoto de 1929? Las paredes aun conservan los arcos y cornisas
decorativos, estas últimas pintadas en azul, y las bases de las bóvedas de
crucería que sostendrían la techumbre. Tuvo que ser muy bonita.
Fachada de la ermita de Las Vírgenes
Nacimiento de las bóvedas de crucería
Continué mi camino y volví a detenerme para acceder al
cementerio, que está muy cerca del camino forestal. Aun quedan visibles un
osario y varias tumbas, dos de ellas con restos de descendientes turruncuneses
fallecidos ya bien avanzada la primera década de los dos mil. Estas tumbas deben
recibir visitas de forma regular, ya que están convenientemente cuidadas. El
cementerio tiene una ubicación privilegiada: está a la misma altura que la iglesia,
y desde él se puede ver todo el pueblo, las bodegas, la carretera de acceso y la
ribera del arroyo de Mina. No me parece mal sitio para pasar la eternidad: las
vistas son extraordinarias.
Osario despoblado
Por fortuna no falta espacio para dejar el coche aparcado
con seguridad junto a la carretera. Sin embargo, parece mentira que esta discurra
por los pies del mismo pueblo y que sea tan difícil acceder a él desde la misma,
ya que hay un talud de dos metros de corte prácticamente vertical. La densidad
de la maleza no ayuda, y probablemente el acceso fuera mucho más sencillo cuando
el pueblo gozaba de vida. En primera plana desde la carretera, junto al talud,
nos encontramos el último edificio construido en Turruncún: la escuela, que fue
inaugurada en 1965 y que jamás llegó a estrenarse, ya que pocos años después el
pueblo quedó completamente deshabitado. En el día de mi visita era absolutamente
imposible entrar en ella, ya que la exuberante vegetación la abrazaba por los cuatro
costados. Las fotos están tomadas desde el frontón, que fue inaugurado en 1943 y
que conforma, junto con la iglesia y la escuela, la terna de edificios que
permanecen en pie.
Escuela de Turruncún
Frontón
Ruinas y cuevas
--------- EPILOGO
---------
Hay una primera vez para todo. Es una frase hecha que se
utiliza con mucha frecuencia, y no está carente de verdad. Todas y cada una de
las cosas que hacemos tuvieron su primera vez, y la recordaremos en función de
su relevancia en nuestras vidas. Sin embargo, la antítesis de esta frase
también es muy cierta, y rara vez nos paramos a pensar en ello: hay una última
vez para todo. Mientras que en las primeras veces de nuestra vida fuimos
plenamente conscientes de lo que estaba sucediendo, es muy probable que jamás
nos demos cuenta de que haya cosas que estemos haciendo por última vez, y solo
nos percataremos de ello cuando hayan pasado los años. “¿Quién me iba a decir
que aquella vez iba a ser la última vez?”
Hubo una última vez para Turruncún. Para todas y cada una de
sus casas, pajares, bodegas, iglesia y cementerio. Hubo un día en que alguien
cerró la puerta de su casa, y no fue consciente de que esa iba a ser la última
vez que deambularía por sus habitaciones o echaría un vistazo a su cocina. Con
el paso del tiempo, y ayudado por las inclemencias meteorológicas, el agua se
abriría paso por las goteras de los tejados, cada vez más numerosas, mientras
que el frío y la nieve se adentrarían por las ventanas rotas. La madera se
pudriría, el adobe se humedecería demasiado y, poco a poco, la estructura se
debilitaría hasta desplomarse, quedando a la vista de todo el mundo, de manera
vergonzosa, las entrañas de aquella vivienda. Paredes pintadas con cenefa
descoloridas por el efecto del agua, falsos techos de cañizo y escayola
desplomados por la humedad, pilones de piedra partidas por el efecto del hielo…
ruina y soledad.
Yo no creo en las meigas, pero haberlas, haylas. Y si hay un
lugar proclive para encontrarlas es Turruncún. Debo reconocer que durante toda
mi visita me acompañó un desasosiego permanente, una sensación muy extraña.
Probablemente fuera sugestión provocada por toda la información, normal y
paranormal, recabada días antes. O quizá se tratase de algo que mi cuerpo percibía
y que yo no estaba en condiciones de analizar. ¿Quién sabe? Prefiero que seas
tú, lector/a, quien saque las conclusiones pertinentes.
--------- REFERENCIAS ---------
LIBROS
- El sismo de La Rioja baja del 18 de febrero de 1929 – Alfonso Rey Pastor, Instituto Geográfico y Catastral, servicio sismológico
- Estadística minera correspondiente al año 1867 – Dirección General de Obras Públicas, Agricultura, Industria y Comercio
- La minería del carbón y del hierro en La Rioja durante el siglo XIX – Tomás Franco Aliaga
- La piel – Marta Santos
PÁGINAS WEB
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