Balneario de D. Roque Acevedo
"Dentro de la referida casa hay un depósito para distribuir el agua a tres cuartos para baños con sus correspondientes pilas de piedra de una pieza y varios cuartos para hospedaje. Sobre la puerta del edificio hay una lápida en que se lee que D. Roque Acevedo, cirujano del Ayuntamiento de Villanueva y observador de las virtudes medicinales de aquellas aguas por 20 años, hizo aquellos baños en 1848"*
*Descripción extraída y adaptada del Diccionario Geográfico-Histórico-Estadístico de España, Pascual Madoz, 1845*
Cuenta la leyenda que, en 1.848, D. Roque Acevedo comprobó asombrado que su caballo se curaba del asma tras beber en varias ocasiones del manantial de Caldas. Sabidas eran las propiedades termales y mineromedicinales de estas aguas, y D. Roque, que a la sazón era médico, decidió patrocinar la construcción de este centro termal.
Las primeras décadas de su existencia no fueron fáciles. A Ricardo Becerro de Bengoa no le causó muy buena impresión cuando pasó por allí en 1.884, y sintió lástima al comprobar el estado de abandono en que se encontraba "un manantial tan abundante y tan rico que se encuentra al pie del ferrocarril, en una bellísima ribera rodeada de colosales rocas y que tiene todas las condiciones para ser un agradable punto de verano. Está situado dentro de un pobre edificio en la carretera y brota con abundancia en aquel punto mismo, surtiendo de agua a dos pilas de piedra y perdiéndose constantemente su caudal en la corriente del río"*.
La primera casa era paupérrima. Esta disponía de tres habitaciones con sendas pilas de roca de una sola pieza, a donde llegaba el agua canalizada desde un depósito surtido por el manantial. Con el tiempo se comenzó a dar hospedaje, y las primitivas pilas de piedra dieron paso relucientes bañeras de loza. Poco a poco se fue extendiendo su fama, y para 1.928 el manantial fue declarado de Utilidad Púbica.
En la Guerra Civil fue necesario reconstruir el edificio, circunstancia que se aprovechó para realizar una ampliación, y continuó funcionando hasta poco tiempo después, cuando fue cerrado al público. Desde entonces permanece totalmente ausente, indiferente al resto del mundo, sufriendo el acoso de vándalos y disfrutando de las personas que siguen yendo a recoger sus excelentes aguas en garrafas.
Este es el aspecto que presentaba el balneario en el vuelo cartográfico Interministerial, realizado entre los años 1973 y 1986. Se aprecian perfectamente el antiguo trazado de la carretera, la nueva curva y las vías del tren.
Este es el aspecto que presentaba el balneario en el vuelo cartográfico Interministerial, realizado entre los años 1973 y 1986. Se aprecian perfectamente el antiguo trazado de la carretera, la nueva curva y las vías del tren.
Agosto de 2018
Dicen que las personas aficionadas a los lugares abandonados tenemos un "radar" interno para localizarlos. Nada más lejos de la realidad. Aunque debo decir que hay algo de verdad en esa afirmación: tal es nuestro afán por investigar, tanto nos gusta elucubrar y descubrir sitios nuevos, que siempre estamos barriendo con la mirada el entorno que nos rodea. Y, como es lógico, tanta búsqueda tiene su recompensa. Incluso en momentos totalmente inimaginables. Porque encontrar este balneario fue para mí una gran sorpresa. Yo viajaba tan tranquilo, conduciendo sin prisa, con las ventanillas bajadas y disfrutando de las montañas que me rodeaban, y de pronto me pareció ver la silueta de un edificio oculto entre los árboles. Intenté recordar el lugar aproximado donde lo había visto, y ya en mi destino guardé la localización para verlo a mi regreso.
Hoy no es más que un edificio en ruinas situado a la vera de una carretera muy transitada. Los coches ya no circulan por su fachada, sino que lo hacen por la nueva curva, mucho más segura, construida solo a unos metros de la vieja carretera. Las acacias que lo rodean están tan crecidas que, en verano, apenas se vislumbra su presencia. Una vez aparcado el coche, y mientras buscaba un hueco por el que adentrarme, se acercó a saludarme un hombre que venía a recoger agua del manantial. Eso ya me dio una pista acerca de lo que podía ser este edificio, ya que no tenía la más remota idea.
Hoy no es más que un edificio en ruinas situado a la vera de una carretera muy transitada. Los coches ya no circulan por su fachada, sino que lo hacen por la nueva curva, mucho más segura, construida solo a unos metros de la vieja carretera. Las acacias que lo rodean están tan crecidas que, en verano, apenas se vislumbra su presencia. Una vez aparcado el coche, y mientras buscaba un hueco por el que adentrarme, se acercó a saludarme un hombre que venía a recoger agua del manantial. Eso ya me dio una pista acerca de lo que podía ser este edificio, ya que no tenía la más remota idea.
Aquí podemos comparar la estampa que lucía el balneario a comienzos de siglo con el aspecto que presenta ahora. La parte en gris se añadió al edificio inicial, quedando sus plantas a diferente altura con respecto a las del balneario original. En su fachada luce un escudo, probablemente de la familia Acevedo.
La carretera ya no pasa por delante del balneario: el trazado original era muy sinuoso, y ha dado paso a curvas más suaves que le alejan del ruido de los camiones. A unos metros del balneario pasa, sobreelevada, la línea de tren que vertebra la comarca.
La entrada principal tiene pinta de no haber dejado pasar clientes durante unos cuantos años. Esto no es óbice para que gente indeseable haya encontrado acceso por alguna ventana o rincón abierto (y si no hay hueco lo crean).
Como es lógico, el balneario tenía cocina y comedor. Probablemente también dieran comidas a viajeros de paso.
Las habitaciones eran, en esencia, idénticas. En las plantas superiores encontramos dormitorios con armario y lavabo.
Algunas habitaciones tenían armario empotrado
Al final del pasillo se localiza el baño compartido para los huéspedes
En la planta baja encontramos las salas de baño, donde los pacientes recibían el tratamiento termal. Algunas tenían las paredes cubiertas con azulejo blanco, otras con azulejo azul.
A día de hoy resulta idílica (incluso romántica) la estampa de una locomotora de vapor silbando y humeando mientras arrastra montaña arriba los vagones cargados de viajeros y mercancías. Sinceramente, creo que no nos gustaría escucharlo mientras recibimos un relajante baño de aguas mineromedicinales. Aunque también es cierto que, en aquella época, ver y escuchar una locomotora de vapor sería algo rutinario, e incluso aburrido.
No entraba en mis planes de aquel verano pasar un día relajante en un balneario. Quiso la suerte que mi "radar interno" desviara mi atención, una vez más, hacia un lugar considerado aburrido y triste para muchos, pero fascinante y lleno de diversión para mí. Creedme: salí tan relajado como si hubiera pasado horas bajo el agua. ¡Y gratis!
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